Evelio Veliz empuja el banano por las rieles, como parte de su trabajo. Foto: Juan Carlos Pérez
Redacción Ecuador
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Cuando el sol resplandece sobre las bananeras de Quevedo, las cuadrillas de trabajadores se alistan para su jornada diaria.
Su ropa está pintada por el pigmento del plátano y por eso se les conoce como los ‘jornaleros de la mancha’.
Salen de sus casas a las 04:00 al redondel de la cooperativa de vivienda Venus, en el norte de Quevedo. Es el punto de encuentro de estos obreros de Los Ríos, de entre 18 y 60 años.
Visten una prenda inusual para el trópico, chompas, porque en esta época y a esa hora hace frío. Llevan mochilas con agua y algo de comida, y sus machetes afilados, su principal herramienta de trabajo en las bananeras.
A otros jornaleros los recogen en las esquinas de sus barrios. Pocos viven en las bananeras.
Varios camiones enormes los esperan. Son más de 100, incluidas pequeñas camionetas. Algunos suben a los cajones por una pequeña puerta lateral y mientras esperan la salida se acuestan en el piso del cajón. En cada camión están cerca de 50 obreros.
Los camiones se van llenando y empiezan el viaje. Poco a poco, el lugar queda desolado. Uno que otro trabajador atrasado se queda en este sitio y regresa a su hogar.
Un camión se dirige por la vía a Mocache, otro cantón de Los Ríos, pasa por una vía asfaltada y luego toma una carretera lastrada, rodeada de plantaciones de banano. Llega a la hacienda Santa Lucía, de 141 hectáreas. Su propietario es Marco Cortez, ex alcalde de Quevedo.
En esa zona aparecen otras plantaciones que pertenecen a los grupos Wong, Noboa, Chunquí, La Maná, Aprobaneq... Las plantaciones están en los cantones Babahoyo, Ventanas, Valencia, Buena Fe, Quinsaloma, Vinces y Montalvo.
El camión llega a las 06:00 hasta un comedor de la hacienda. Los jornaleros desayunan un seco de carne o de pollo y un refresco.
Simón Zamora está listo y empieza a caminar con sus compañeros a la plantación. Zamora es un virador, es decir, quien corta el racimo con un podón.
Robinson Correa, el recolector, recibe el racimo en su hombro. Lo entrega al garruchero, Carlos Mendoza. Él recibe 20 racimos en unos 30 minutos. Cuando completa esta cantidad, empuja el bloque por los rieles.
Como Zamora, Correa o Mendoza, cada jornalero que participa en la cosecha tiene su propia denominación: recolector, destallador, garruchero, desflorador, calificador, desmanador, saneador, pesador, etiquetador, fumigador, empacador y palletizador.
El trabajo no es fácil. “En lugares donde hay pequeñas colinas, uso una cuerda para halar las cabezas de banano”, dice Mendoza.
El turno es para los desfloradores. Florida Correa retira los restos de flor que quedan en la fruta.
El dinero que ganan sirve para mantener a sus hogares. “En algunos casos trabajamos con mi esposo y redondeamos un mensual de USD 340”, dice una de las desfloradoras, quien pidió la reserva de su nombre.
El banano sobre los rieles pasa por otras manos hasta que llega donde
Carlos Sabarría, el desmanador. Corta cada mano de guineo y la echa a una tina grande. Los bananos flotan en el agua y son recogidos por los saneadores, pasadores y pesadores.
Los ‘jornaleros de la mancha’ laboran bajo la supervisión de Miguel Pinargote, un ingeniero agrónomo. “Mi padre tenía una finca y desde niño me gusta esto”.
Los trabajadores no reciben el mismo pago. Cada uno gana entre USD 6 y 8. Solo los jornaleros que laboran toda la semana están afiliados al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. No así en la sección de empaque, que son los jornaleros errantes de las haciendas. Los hacendados prefieren no responder por qué no los afilian.
En la hacienda Santa Lucía, el ajetreo es intenso. Según el Ministerio de Agricultura, Ecuador tiene 250 000 hectáreas de banano. El Instituto de Estadísticas y Censo indica que el país produjo 7,6 millones de toneladas de banano el año pasado se exportó a Europa y Estados Unidos. Los Ríos tuvo una participación del 49,03%, le siguen El Oro y Guayas.
Las haciendas bananeras emplean 250 000 trabajadores. El trabajo en las haciendas culmina a las 18:00. A esa hora Kléber Ortiz regresa a su hogar. Él trabaja como calificador de calidad en una exportadora.
Ortiz llegó a este puesto después de 10 años de trabajo. “Aprendí rapidito todo lo que se debe saber”. Pasó por todos los puestos de una bananera.
Labora de tres a cuatro días en la semana, entre martes y viernes. Su hora de salida depende de la distancia que deba recorrer para llegar a la hacienda. “Cuando está lejos me levanto a las 02:00, como a Machala, que toma cinco horas de viaje. Cuando está cerca, en Quevedo, lo hago a las 04:30”.
Al culminar su trabajo, Ortiz llega a su vivienda en el sector El Pantano, un barrio urbano-marginal de Quevedo. Lo hace entre las 20:00 y 22:00.
A esta hora, sus hijos ya están dormidos y su esposa, María Chiliquinga, les sirve una modesta cena. Su plato preferido: arroz con menestra, una presa de pollo frito y un refresco de maracuyá. A la madrugada del siguiente día continúa su rutina, al igual que Zamora, Correa y Mendoza.